lunes, 28 de febrero de 2011

Atemporal (Soneto Tres)

No recuerdas la noche ni el instante,
ni la luz, ni el lugar, ni las palabras,
ni el motivo, ni las gentes, ni el detalle
del aire inmóvil y la luna clara.

Ni recuerdas que en tus ojos turbios
brilló un destello feroz de puñalada,
ni que mi mano se durmió un segundo
cobijada entre tus manos, lánguida.

Fue un momento fugaz, imperceptible
para el mundo que más allá rodaba
su rutina de tedio previsible:

una partícula de tiempo postergada
en el vaivén de un reloj irreversible
en que mi alma se encadenó a tu alma.

Silvia Piccoli - 2010

martes, 22 de febrero de 2011

Versos al amante de una sola noche

Me llega como oleada
de murmullos la nostalgia.
Prisionera estoy aquí,
desde la ausencia.
Poco ha quedado; la piel,
la voz: las huellas…
De la piel y de la voz
ya nada queda.

Una luna soberbia de cristal de roca
se endurece sobre mí:
ya no me entrega
la senda fugitiva
sombreada de fantasmas de arboleda
por donde transité aquella noche
salpicada de lumbres traicioneras.

Aquí, mi soledad se hace letargo
que se prolonga
demasiado con tu ausencia.

Ya poco queda en mí,
pasajero remoto de la sombra.

Ya nada queda de ti,
amante de una sola noche sin estrellas.

                                                     Silvia Piccoli - 1991

jueves, 17 de febrero de 2011

Espectro

Ocasionalmente
        con frecuencia
                casi siempre
merodeo muy cerca
de tu casa.

Me escurro en tu portal
   y hundo los dedos
en el humus de los tiestos,
y deshago entre las uñas
           los ojos
y los huesos de tus nimias
      amantes imperfectas,
      para que jamás
  florezcan sus amores
entre los malvones y tu madrugada.

Y por la grieta de tu puerta
          me filtro en partículas
                   de nada,
                   y aliso
             los pliegues
                                invisibles
   de las horas enredadas entre
   los tapices de tu sala;

  y aparto una mota
                           de tristeza
                      de tu lámpara,
   y escarbo entre tus libros
las últimas palabras que leíste,

y ahueco tu sillón,
y aspiro el aroma de tu vino
              en esa estancia
              donde nada
                                  jamás
               me pertenece.

Y me pregunto entonces
si el recuerdo que serás
            al menos me presiente
       en los rincones de
                             tus cosas,
       en los silencios que moran
          junto a las aristas
       de la luz
           en la escalera,
                   más acá de la tiniebla,
      acechando a la sombra
esa sombra que llegarás a ser.

       Y me digo que entonces
                            (sólo entonces)
                           tal vez
                           me veas.

Silvia Piccoli - 2011

miércoles, 16 de febrero de 2011

Pensarte es tenerte

¡Cómo me dejas que te piense!
Pensar en ti no lo hago solo, yo.
Pensar en ti es tenerte,
como el desnudo cuerpo ante los besos,
toda ante mí, entregada.
Siento cómo te das a mi memoria,
cómo te rindes al pensar ardiente,
tu gran consentimiento en la distancia.
Y más que consentir, más que entregarte,
me ayudas, vienes hasta mí, me enseñas
recuerdos en escorzo, me haces señas
con las delicias, vivas, del pasado,
invitándome.
Me dices desde allá
que hagamos lo que quiero
-unirnos- al pensarte.
Y entramos por el beso que me abres,
y pensamos en ti, los dos, yo solo.

                                  Pedro Salinas

martes, 15 de febrero de 2011

Itinerario del beso

Por el revés de tu epidermis
desflorando tu inocencia subcutánea
va mi beso.

Lento y suave se desliza
rodando el pedregullo de tu cresta vertebral
hasta el hueco de la nuca y las curvas de tu cráneo,
y se demora un siglo y medio en las volutas
de tus lóbulos dormidos
y amanece en la fuente sublingual donde
germina la palabra.

Repica entre las rocas de tus muelas y colmillos
y baja por el túnel vertical
de tu garganta
y amanece otra vez por tu pupila
y pide un beso gemelo el otro ojo,
que se debate por no languidecer
mientras huyen los dos, 
ávidos, sedientos
hasta el centro oscuro de tu alma.

Y sobretrazan tus marcas digitales
con su tinta indeleble nacarada
en las yemas de tus dedos,
en las acequias enlamadas que irrigan
tus palmas y tus plantas.

Y se abisman en el bosque milagroso de tu ombligo
y se desangran
en las infinitas cicatrices que te has hecho
por no amarme,
cuando ni siquiera presentías que te amaba.

Silvia Piccoli - 2010