Lloraba y escribía. Escribía y lloraba. Las gotas saladas se teñían de rojo, de verde, de azul. Tomaban formas curiosas, y a veces se parecían a algo. O a alguien. A su contacto, el pergamino emitía un leve chasquido como rumor de llamas. Y así la noche entera. Cuando llegó al final, con el último trazo se le escapó un suspiro. Sobre su piel, el poema entero. En el pergamino, ni una palabra.
Silvia Piccoli - 2011
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