Atento
al confín, vigía.
Por uno de los pliegues
del desierto
se cuelan transparentes los reflejos
de la alborada de otro día.
No hubo luna
en tu noche de desvelo;
sólo el burlón murmullo que se arrastra
por las tuscas ariscas
y en los riscos
y en otras atalayas.
Que viene la mañana
y otro color te tiñe la pupila.
Atento siempre al norte,
que al sur te custodian las estrellas.
Se duerme tu esperanza entre las piedras
y el viento te confunde en su cadencia,
te arrebata la cuenta
que llevas de la lenta y paciente
sucesión de los días.
Aquí se muere todo,
la arena confundida con el lodo,
la piel reseca bajo soles ciegos,
la miel con el dolor,
el buitre de alas duras con el cielo.
Estás a un paso,
y tocarás las nubes.
Por el torrente de tus venas sube
un miedo oscuro
vestido de lucero.
Silvia Piccoli - Junio 1990