miércoles, 14 de septiembre de 2011

Plegaria

Yo,
la que tuvo la piel
enceguecida
por las auroras galácticas;
la de los ojos
de sílex y el
ombligo de musgo;
la del aroma
de misterio en los fluidos
animales de la sangre;
la de la lengua
de amaranto, y voz
de lluvia y arrullo
de paloma;
la dueña altiva de
todos los secretos
agazapados
tras las penumbras
violetas de la alcoba:

estoy aquí
prosternada,
orando ante el Buda Sedente
de bronce,
con flores amarillas
en el pecho,
para que no equivoques el sendero
y esta noche
vuelvas…

Silvia Piccoli - 1998

martes, 13 de septiembre de 2011

Ordalía


No existe territorio
      que no me precipite
       en tus abismos.

Ojos
       negros
                  de hiel y laberinto…

Llega el silencio
     para escuchar el sueño,
y apenas remonto entre raíces
el camino a la certidumbre
    de otro sacrificio.

No irrumpirá tu voz
    en el fondo,
    ni tus alas
me tenderán el puente
anudado entre las
                nubes.

En la prueba del agua
    trasiega el corazón
    partículas traslúcidas
de destinos sin recuerdo.
  
   Y es absuelto,
   mas no queda en libertad.

   Y sobrevive;
mas no alcanza el perdón
para ser definitivamente
   redimido.


Silvia Piccoli

lunes, 12 de septiembre de 2011

infinitos uno

uno
más
uno
más
uno
más uno más…

infinitos
los números
como
las estrellas,
como
en el mar los cristales de sal,
como
la inhumanidad perversa
del Homo,
su sed
de más y más y más…

(uno
menos
uno
igual
a miles de miradas
menos,
a más
huesos
entre los que andar,
más muertos
abonando el mapa
del subsuelo)

uno
más uno
dos
entre las sábanas
y siempre
más
de uno:
un corazón,
un idéntico latido,
un beso:
insuficiente

frente a los
menos uno
que fraguan
en Oriente y
Occidente,
de Norte a
Sur (siempre al Sur)
los cañones,
las mentiras,
las tumbas,
las desgracias

los señores
que devoran
corazones
de palomas

¡qué
pequeño
es el amor
(uno)
ante los
formidables
poderes
de la muerte!

y uno
más uno
menos uno
igual a todos,
a cien
a mil
a incontables
seis millones
treinta mil
ochenta y seis
noventa y cuatro

uno
en la calle,
uno más uno
en un tren,
y otros
en la ciudad
enmarañada
y más aún
en un campo
de labranza,
detrás
de una
pared,
al filo de una
espada,
junto al cielo
inalcanzado
de la infamia
en alambrada,
en la cámara de gas,
en una celda,
bajo las bombas
sobre las bicicletas y las plazas,

bajo la luna
y por la espalda,
con razones o
sin ellas,
entre tus manos
que debieron
dibujar
sus alas

mientras impunes
medren
los demonios
que atormentan
de sueños
de sangre y fuego
en perpetua venganza
la faz de esta
minúscula
partícula
de galaxia

uno
más uno
menos uno…
igual a
nada

sembraron vientos:

a la vuelta
de los días
la tempestad
aguarda.

Silvia Piccoli – Septiembre 2011

viernes, 2 de septiembre de 2011

Preventivamente

Aborrecía las fisuras. A través de ellas podía atisbar las impotencias y las claudicaciones de los otros individuos. Toda expresión de debilidad provocaba su repugnancia y activaba los mecanismos de su menosprecio y su distanciamiento.
Por eso cada noche se quitaba totalmente la ropa, eliminaba con precisos tirones esa flexible coraza rosada y se lamía… se lamía paciente y escrupulosamente, hasta que el tejido que cubría su cuerpo se embadurnaba por completo del ungüento azulino y helado que segregaban sus glándulas e inmunizaba contra toda especie de sentimiento.
Silvia Piccoli
En Primer Manual de Pequeños Auxilios (inédito)