martes, 10 de enero de 2012

Enarbolada


Dejó que su mirada se extraviara entre los senderos. Tenía un vestido amarillo liviano y los pies descalzos.

Con el alba llegaron los gorriones, primero de a uno, luego en parejas, y formaron efímeras comunidades de alborotadores que picaban a su alrededor, y después -cada vez más osados e impertinentes- en sus rodillas y hasta entre sus dedos.
Por la tarde llegaron los niños con sus nodrizas, sus triciclos y barriletes, y con las primeras sombras los estudiantes furtivos que se amaban desvergonzadamente a cielo abierto.

Nadie la vio. Ella tampoco pareció advertirlos. Sólo el Árbol, inmenso y extendido, fue plegándose sobre su fragilidad hasta rodearla con sus ramas nudosas, y suavemente la llevó hasta lo más profundo de su fronda.

Allí, se encontró con su mirada.

Por la mañana, una rama delgada con pequeñas flores amarillas pujaba hacia el cielo de septiembre, buscando el cielo.

Silvia Piccoli 
En Primer Manual de Pequeños Auxilios (inédito)