El minuto después
del fin del mundo
inhumé bajo las piedras un capullo oscuro
de pasionaria.
Sublevadas por el
cataclismo irreversible,
las fuerzas de la vida y de la muerte
sorbieron los jugos de la tierra,
mordieron minerales,
escupieron huesos y pecados,
vomitaron mentiras,
deglutieron palabras,
defecaron sueños…
Y
volvieron a ser
la lluvia y la noche,
el viento y las arenas inestables de la mar,
los miedos,
las estrellas,
el dolor…
Modesto y silencioso,
indetenible,
un fulgor irisado
despuntó bajo las ruinas.
Y
fue de nuevo
el Amor.
Sin rastros de
tristeza.
Silvia Piccoli – 21 de diciembre de 2012
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